domingo, 4 de julio de 2010

El día del extraño

Tal vez esta sea otra cursi historia de amor.
14 de febrero, era la fecha, empezamos mal, caminaba por el centro de la ciudad, sobre la calle de Donceles, visitaba como era mi costumbre las librerías de usado, a veces se encuentran maravillas en esos lugares y lo mejor, a precios realmente económicos.
Estaba en el estante de novelas de misterio, buscando un libro de Katzenback, mientras refunfuñaba por que el centro estaba atascado de vendedores de globos, peluches, rosas entre tantas otras cursilerías que te venden a precios ridículamente caros, ¿lo recuerdas?
En eso, encontré lo que buscaba, El psicoanalista, que aunque ya lo había encontrado en otros lados, sabía que ahí estaría sustancialmente más barato. Entonces viste en mis manos el libro que querías y preguntaste ¿Hay más? No, creo que este es el último. Tu carita miró hacia abajo. ¡Diablos!, pensé, si había algo que no podía resistir en esta vida, era la cara de una mujer triste.
Tómalo, te dije. No puedo, primero en tiempo, primero en derecho. Tus ojos miel me miraban y brillaban contradiciendo lo que salía de tu boca, eso y tus manos en el libro hicieron que insistiera, incluso te dije que este libro iba a ser mi regalo para mi desconocida favorita, como regalo del “día del extraño”.
¿Día del extraño?, preguntaste, ¿Acaso eres de los que piensan que el día del amor y la amistad son una porquería consumista? Así es. Bueno, ya somos dos, por cierto, aunque te arruine el día del extraño, me llamo Tania. Mucho gusto, soy Arturo. Bien, Arturo, ¿qué te parece si vamos a estrenar este libro en una cafetería? Me parece perfecto.
Por supuesto que no me parecía perfecto, odio el café, me causa agruras, además de que es muy amargo, no me gustan ni los capuchinos, pero en ese momento no era yo, tal vez en ese momento, ya me había rendido a tu voluntad.
Caminamos una calle hacia Eje central y encontramos bolívar, doblamos a la izquierda, casi hasta Uruguay, para encontrar el café Balsas, que era más un expendio del grano que una cafetería.
El edificio amarillo contaba con apenas tres mesas en el interior y la misma cantidad en un espacio abierto, específico para fumadores, me pediste que nos sentáramos afuera, pues te apetecía un cigarro.
Y así lo hicimos, el libro quedó de lado, el sonido de la calle era menor que el usual y se podía apreciar al vendedor de discos piratas que ponía canciones románticas a propósito del día.
Sinceramente, no recuerdo que diablos dijiste durante las primeras… digamos… ¿dos horas? ¿Qué quieres? Estaba ocupado, más bien, embelesado, tu cabello castaño se movía con el viento y la luz del atardecer formaba un halo detrás de ti, casi eras una ensoñación, con tu piel blanca, tus labios gruesos, delgada.
No se cómo no te diste cuenta, creo que se había activado el automático de mi cerebro, que siempre sabía que hacer para no dejarme hacer el ridículo.
Estaba estúpidamente enamorado, tal vez, en ese momento, comencé a creer en Cupido.
De pronto te quedaste callada y aspiraste una inmensa bocanada de aire, como si algo increíble hubiera pasado, acababas de escuchar un piano en la grabación del vendedor. Escucha esa canción, me dijiste. ¿Cuál es? 11 de marzo, de La Oreja de Van Gogh, me encanta, creo que esto es algo similar, sólo que no fue una estación de tren, era una librería.
Mientras la canción caía en su parte más tierna, te cambiaste de asiento, te acercaste a mí e hiciste lo que decía la canción.
“Te encuentro la cara, gracias a mis manos, me vuelvo valiente y te beso en los labios, dices que me quieres y yo te regalo el último soplo de mi corazón”.
Aquel beso, me marcó, me hizo encontrar una nueva sensación, terminamos el café y te invité a cenar, aceptaste sin dudarlo.
Tal vez, en ese momento, ya estabas enamorada de mí.
Te pregunté ¿qué quieres decir que esa canción era como nosotros, pero en una librería? Contestaste que llevabas más de dos meses yendo a la librería a la misma hora, esperando un encuentro, una ventana, una mirada para entrar en mi vida, conocerme, hablarme, amarme.
¿Y por qué ahora si te animaste a provocarla? Estaba desesperada, parecía que nunca me ibas a ver, incluso pensé que lo habías hecho, pero simplemente no te había interesado, la duda me carcomía, tenía que saber.
Créeme, jamás te vi, si lo hubiera hecho, probablemente no me habría acercado, soy demasiado desconfiado del amor, de hecho lo he alejado muchas veces, pero no se que pasó contigo, simplemente estoy aquí.
Creo que si.
El tiempo comenzó a pasar, nos enamorábamos cada día más. ¿Recuerdas cuando vimos aquella película de Jude Law, El descanso? No parábamos de reír, casi nos sacan de la sala, pero no nos importaba.
Tal vez, en ese momento, sólo existimos tú y yo.
Nuestro día favorito de la semana, el jueves, era religiosamente dedicado a nosotros, ¡hicimos cada locura!, nos escapamos a Cuernavaca y pasamos la noche allá, aunque a mi casi me corren por no llegar el viernes, realmente no me importó un cacahuate.
Eres rara, ¿sabes? No conozco otra mujer que tenga como flor predilecta al clavel o una que odie las rosas, que prefieran un partido de fútbol que una cena romántica, eres una entre mil.
Sin duda, el mejor medio año de mi vida lo pasé junto a ti, pero tu maldito secreto, nunca me lo dijiste, sabía que me ocultabas algo, pero nunca supe que, sabía que dentro de ti había algo extraño, que no era posible tanta felicidad y menos en mí, pero nunca pensé que fuera algo así, incluso habría deseado que fuera cualquier otra cosa, lo que fuera.
¡Malditas lágrimas! De nada me sirve que rueden sobre la tierra, porque aunque den paso a una flor, ella no va a volver a florecer, aquí están tus claveles, hoy, hace un año te conocí, pero ya no me puedes responder, hoy en tu lugar, le hablo a una lápida, en lugar de tu mano tomo la cruz, hoy en lugar de leerte a Benedetti, leo tu epitafio.
Tal vez, en esta vida, no me merezca ser feliz, tal vez, tenga que morir para ser feliz o tal vez… tal vez nunca lo sea.

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