sábado, 25 de septiembre de 2010

Callado, desde la penumbra negra

Callado, desde la penumbra negra
Veo escapar mis esperanzas vagas,
Pues este corazón enfermo espera
El viento que me acerque a tu mirada.

Aquel que de las amarras me suelte,
Esas que están hechas de cobardía
Que me atan a la orilla de este muelle
Y no permiten que disfrute el día.

Mas la gran fuerza de este sentimiento
Comienza a agitar las aguas profundas
Los sueños quieren salir de su encierro,

De la oscura celda en la que se enfundan
Por el temor que despierta el misterio
De esos, tus ojos, que a mí me deslumbran.

La fiesta

A cada paso que doy no me puedo quitar de la cabeza la noche anterior, estoy agotado, tan agotado que podría caer rendido en este transporte guajolotero que no deja de moverse de un lado a otro.
Y es que fue algo irrepetible, pero no sé que me pasó, no soy así, disto mucho de serlo o tal vez no me había dado cuenta de lo que traía dentro de mí.
Maldita fiesta, fue maravillosa, irónicamente desde que me fui de ella, estaba demasiado aburrido ahí, incluso temeroso, eran demasiadas feromonas, mujeres para acá, mujeres para allá, diciéndose la una a la otra lo que les venía en gana, cosas que jamás he entendido y que jamás entenderé.
Sentado en el de la sala, junto con el infortunado novio que no supo que la despedida era sólo para mujeres, mismo argumento de mi mejor amiga, Martha.
“Anda, vamos, ya te hace falta salir, desempolvar el chico divertido que tienes muy dentro de ti”. Me dijo.
“¡No tengo ganas!” respondí casi gritando, con el ceño fruncido.
“Entonces no es propuesta, paso por ti mañana a las 7 de la noche”.
Y así fue, con la salvedad de que llegó religiosamente impuntual, una de las cosas que más odio en este mundo.
Cuando tocó el claxon, salí con cara de molestia, con un regalo comprado a fuerza, con una franca hueva que se convertía en hastío y en buscar un pretexto para salir corriendo en cuanto tuviera oportunidad, pero los pretextos relativamente buenos, habían desaparecido hace tiempo.
Por mucho, Martha es mi mejor amiga, no tengo familia, no tengo novia, bueno vamos, ni a perro llego, así es que una llamada está descartada.
Nunca he sido enfermizo y para ella, eso sería el argumento más pendejo que podría existir, estaba atascado hasta las nalgas, obligado a ir y a no poder escapar hasta que ella quisiera irse.
El camino fue corto, llegamos en cuestión de diez minutos, los cuales se me hicieron menos por mi ya mencionado desánimo.
De pronto, al entrar y no ver nada más que cabellos largos, maquillaje y algunas faldas y pantalones ceñidos, tuve la impresión de que algo me decía que podría salir corriendo de ese lugar.
“Me parece que es una despedida para mujeres, así es que entrego el regalo y desaparezco” le dije casi saltando de alegría.
“¡Ni madres! Tú te quedas conmigo hasta que yo me vaya o por lo menos hasta que te ligues a alguien para ver si con un poco de cama se te quita lo amargado”. Me contestó más burlona de lo que yo había sido.
Su súbita declaración me había dejado helado, estuve a punto de mentársela, pero más tardé en pensarlo que ella en dejarme manoteando al aire.
Me presentó a la flamante novia, quien se encontraba divertidísima y aparentemente muy gustosa de lo que pasaba en su fiesta.
“¡Pobre idiota!” pensé “no sabe lo que es el matrimonio, dos meses de coger todos los días y después empieza el sueño, los dolores de cabeza, el trabajo y la poca imaginación en la cama, o sea, el aburrimiento”.
Cuando me saludó, respondí con mi cara más idiota, la sonrisa del desconocido al que le da “mucho gusto” conocer a alguien que muy probablemente no vuelva a ver en toda su vida.
La fiesta fue de mujeres, charlas de sexo con sus respectivos maridos o novios, muy afín con el tipo de celebración, pero sorprendentemente, la mayoría de las mujeres no se quejaba de sus respectivos, al contrario, todos eran unos sementales, lo cual me pareció muy falso, creo que ni ellas mismas se lo creían, sólo las solteras desviaban las charlas en busca de algo que les fuera más útil, tips para ligar, para no quedarse a vestir santos.
¿Por qué será que a una mujer soltera en una despedida de soltero o una boda se siente quedada?
“Me voy” le dije a Martha.
“Mejor te presento a unas amigas y te ligas a alguna, es buen momento”.
“Ya sabes que no me interesa tener a nadie, estoy bien así”.
“¿Así de amargado?”
“No es amargura” grité y me reprimí de inmediato ante las miradas que comenzaban a voltear hacia mí. “No es amargura” repetí en voz más baja “es… gusto por la soledad”.
A regañadientes, me presentó a tres mujeres de buen ver, bien para la hora, pero no para nada más.
Al calor de la fiesta y de las copas, la algarabía comenzó a hacerse presente, las risas ya eran escandalosas y ahora amenazaba el clímax de la noche, el streeper, estaba por llegar.
La jeta del novio y la mía no pudieron ser más solidarias y como por instinto nos volteamos a ver, sin poder evitar cambiar la cara de asco por una franca carcajada.
Ana, Lucía y Jazmín, extrañamente tenían cara de no tener ganas de ver a un musculoso encuerarse provocativamente, agarrando las manos de las chicas y pasándolas por su aceitoso cuerpo.
Mi curiosidad fue más grande que mi asombro, así que sin pensarlo mucho les dije:
“Parece que no les emociona mucho esto del encueratríz”.
“No”, contestaban las 3 al mismo tiempo, así es que yo les propuse irnos a otro lado, sin pensar ni remotamente en lo que me esperaba.
“Mi departamento queda cerca” comentó Lucía “¿vamos?”.
Los tres asentimos, no era lo que yo tenía en mente, esperaba poder ir a un lugar con más gente en el cual pudiera desaparecer sin levantar sospechas, pero un departamento con 4 personas, creo que sería muy complicado escapar.
Llegamos al lugar, bastante agradable, pero mi incomodidad no había desaparecido.
Mientras nos instalábamos Lucía trajo una botella de Cabrito, dos Squirts, limón, sal y hielo. Los depositó en la mesa y comenzó a servir en vasos de plástico, no había terminado de servir ni el tequila cuando Ana dijo:
“¡A la chingada el Squirt, vamos a ponernos pedas!”.
“¡Ay sí!” grité de forma amanerada, haciéndoles notar que no éramos sólo mujeres.
“Bueno, pedas y pedo” completó Jazmín con una carcajada que se me hizo bastante contagiosa.
“No va a ser muy complicado, ya venimos a medios chiles” contesté sin dejar de reír, me empezaba a sentir cómodo.
Entre las copas la plática comenzó a escasear y sin decir agua va, tenía a Ana sentada a horcajadas besándome con una pasión que parecía que si tuviera una boca más grande me iba a comer.
No podía pensar mucho, sólo me dejé querer, pues la calentura ya se había apoderado de mí, porque a la par de los besos estaba moviendo su cadera de una forma tan rica que no me pude resistir.
Mientras comenzaba a hacerme a la idea de lo que pasaba Lucía jaló por la blusa a Ana y le dijo:
“No seas envidiosa” y la besó, yo, ya de por sí excitado no pude más que hacer lo que el momento me pedía, comenzar a fajarme a la que tenía cerca, manosearla de una manera tan sucia que cuando quise sacar mi mano, ya estaba empapada.
Sin tardar mucho, Jazmín se unió a la orgía, aprovechando la distracción de las que se besaban se quitó la blusa y el brasier, poniedo sus encantos al aire sólo por un momento, pero inmediatamente los cubrió con mi cara, la cual acercó con un movimiento que casi me desnuca.
Aquello era un auténtico malabar, con una mano en el pantalón de Ana, la lengua en los senos de Jazmín y la otra mano buscando mi cierre para sacar a mi casi asfixiado amigo para poder jalármela mientras alguien se hacía cargo de él.
Más tardé en sacarlo que en tenerlo dentro de Jazmín quién había logrado quitar a Ana de encima de mí y comenzarla a tocar mientras yo tenía las piernas de Lucía a la altura de mi cuello.
Los gritos eran ensordecedores, el placer era majestuoso, movimientos tan rápidos que parecían imposibles para los humanos cambios de actividades, posiciones pero jamás de velocidad, metiendo y sacando como animales, urgidos de orgasmos, ni siquiera de compañía o de sexo ocasional, buscábamos coger hasta que nos secáramos y lo hicimos toda la noche y la mañana del día siguiente, no nos interesaba nada más que mojarnos los unos a los otros, sin intervalos de esos de “dame 10 minutos, ahorita seguimos”.
Sin el cortejo del cine, la cena, la familia, el viaje, los regalos, todo para llegar al mismo punto, venirse todas las veces posibles, de todas las formas imaginables.
Lo que no había hecho en mi vida, lo hice en ese medio día que terminó porque se fueron quedando dormidas.
En cuanto cayó la más golosa, la que empezara el juego, me vestí más rápido de lo que me desvistieron y salí corriendo, pero por supuesto, dejando mi número de teléfono en la mesa.

Yo no te ofrezco el sol

Yo no te ofrezco el sol, pero tengo mis brazos para darte la tibieza que en los momentos de frío, mientras las hojas de los árboles silbantes por la brisa contemplen caer tus lágrimas.
No puedo darte la luna, pero puedo darte la quietud y silencio de la noche en la que puedas pensar, confiar y sentir sin que nada alrededor importe.
No puedo darte el cielo, pero crear un paraíso con mis propias manos, con las palabras que te acaricien como las nubes a los ángeles que saltan llenos de regocijo.
Puedo también, brindarte los placeres de la tentación en los cuales puedas perderte sin necesidad de vivir en el infierno, puedo darte la pasión al borde de la lujuria, mas no soy un demonio, mucho menos algún tipo de Dios.
No te prometo amor eterno, pero prometo amarte todos los días de mi vida con la una intensidad creciente, llena de vigor cada día más furiosa, cada día más imponente y abrumadora, cada vez más y más obsesiva… al punto que no pueda más que, al pronunciar tu nombre, sentir que cada partícula de mi ser se tatúa tu imagen, que con cada pensamiento te deseo más, que con cada respiro el oxígeno me sepa a tu aroma, que con cada beso te entrego mi alma poco a poco.
Te prometo ser hombre, ser niño, amigo, amante, confidente, amo y esclavo, seré lo que me pidas, pero déjame serlo. Déjame ser aquel que en tu nombre encuentre el camino al país de los sueños, que entre tus cabellos viva enredado, que entre tus brazos haga su prisión, esa en la que no me permitan salir jamás, amarras tan fuertes que nos vuelvan uno, que la magia de tu sonrisa me deslumbre cuando entre sombras me encuentre, que tu piel sea mi santuario y que tú seas la diosa a la que le pueda pedir lo único que anhelo… el amor.

¿qué acaso no has notado?

¿Qué acaso no has notado
Que dentro de mi cuerpo estás tatuada
Que la vida me has robado
Y tienes mi alma enajenada?
Soy como el ruiseñor
Que sin trinos se ha quedado
Como el gran señor
Que renuncia a su pasado
Y es que, sin tu amor,
Sin tu nombre, sólo tu imagen
Me has dado el calor
Que había buscado sin ambages
Mas también desesperación
Pues me dedico a admirarte
¡Estúpido este corazón
Que te ama son tocarte!
Más que estúpido cobarde
Y no sólo él, yo también
Pues lejos de ir a encontrarte
Me encierro en mi propia hiel.
Quisiera entender lo que pasa
Quisiera saber porque te huyo
Tal vez sea por mi mala traza
Quizá por mi pobre orgullo
Un día te alcanzaré
Y me quitaré mi penar
Tal vez perderé
Pero podré descansar.

Las lentas sombras de mi se despiden

Las lentas sombras de mi se despiden,
La soledad se acerca un triste final,
El panorama deja de verse mal
Hoy mis labios una vez más sonríen.

De la cara amarga queda el recuerdo,
De los sueños rotos perdura el polvo,
De las ilusiones subsiste el morbo
Y del amor, resistencia al destierro.

Mi barco zarpa junto a estas palabras,
En el puse el dolor y los deseos,
Junto con ellos se van las amarras

Que comandaban mis tristes desvelos.
¡Mi pluma ríe con las aventuras
Que escribirá de los amores nuevos!

lejos de ti

Una noche más en silencio, aquel que me recuerda el hambre infinita de mi soledad, la que alimento religiosamente con tus memorias, las que tantas veces repito en mi consciente y todavía más en mis sueños.
Cuando mi vida era diferente, no pensé que amaría tanto a la soledad, cuando tus pasos seguían a los míos, los vacíos se ahuyentaban como la lluvia de los días soleados que tantas veces admiramos echados en el pasto, sin otra preocupación que amarnos.
Después de tantos años, sigo pidiéndole a Dios que te inflija el mayor dolor posible, como el que tú me hiciste sufrir y a cada vez que lo deseo, mi dolor crece más y me arrepiento de haberlo pedido.
Entre todas las cosas que podría querer, lo último sería tu infelicidad, lo curioso es que ya no me dueles, que ya no me quema tu ausencia, que la falta de tus besos es como el campo en primavera con una rosa menos, ya no eres nada.
Pero sé que tú me recuerdas más que yo a ti, ya no espero tu regreso, ni siquiera lo deseo, pero como pesa tu ausencia y mi aferramiento al recuerdo ya muy vago de tu cara, sólo recuerdo que eres de piel clara, tu lunar y tus labios, pero tu rostro ha perdido la forma, no existe el conjunto que en mis ojos se reflejaba con ternura.
Tu voz es un fantasma que vaga en el viento que me habla con todas las cosas que se mueven a mi alrededor, la silla en la que te sentaste, la cama en la que dormiste tan plácidamente, las almohadas que ya no guardan el Perrie Ellis que tanto disfrutaba antes de dormir, la televisión la veo solo, mi radio está triste pues la escuchan sólo dos oídos.
Pero sé que estás peor que yo, arrepentida, sola, abandonada, pues mis besos te quemaban con el calor necesario para darte la fuerza de la supervivencia, mis brazos te brindaban el apoyo que buscabas cuando desfallecías, mis piernas se convertían en las tuyas cuando te rendías en el camino, mi espalda se convertía en el respaldo de tu silla de ruedas…
Así te la pasaste cuando viviste conmigo, cuando aprendiste a caminar quisiste dejarme atrás, tus piernas, aunque torpes, comenzaban a darse cuenta de su funcionalidad, tus brazos débiles aprendieron a cargar, creíste que podías vivir sin mí. Pero estoy seguro que hoy en tu vida hay más soledad que en la mía, que tu camino ha sido recorrido a rastras, que incluso te has quedado varada bajo el rayo del sol desértico y en los diluvios y esperas que aparezca de la nada, como tantas veces, como aquellas incontables ocasiones en que mientras mordías mi cuello, mi espalda y mis fuerzas, yo seguía llevándote en mi espalda sin sentir el peso de tu cuerpo, siempre feliz de tenerte cerca.
Hoy entiendo que lo que hacía era malcriarte y me alegro de haber salido de tu vida, hoy sobre mi espalda no hay nada, hoy camino a la velocidad que quiero, sin preocuparme por desviar mi camino, sin preocuparme por las veces que caigas, con tu partida dejé de ver lo que hacías para ver lo que yo podía hacer, dejé de andar dos veces el mismo camino por encontrar el tuyo y me dediqué a andar sin preocuparme por lo que dejaba atrás.
La voz del fantasma ya no canta en mi interior, ahora es la mía la que interpreta lo que le viene en gana, lo que le da el punto y aparte, la que me sacó del letargo de una felicidad simulada que duraba a tu capricho, al ritmo de tus palmas que a veces aplaudían y a veces golpeaban, tantas veces reí, tantas veces lloré y lo sigo haciendo, pero ahora es por el simple hecho de que lo quiero hacer.
Si rió no es porque tu estés sonriendo, es porque la vida me está sonriendo, si lloro no es porque la vida me trate mal, es porque no pude seguir en la carcajada y terminé en llanto, ya no son risas vacías, ni sueños de cristal, hoy todo es firme, construido con mis manos porque lo quiero, no porque tu lo sueñes o lo quieras y después me hagas derrumbarlo todo para hacer algo nuevo.
Ayer una metrópoli fue destruida, el holocausto le llegó a nuestro amor, hoy… hoy se erige una nueva, sólida y construida con el más grande anhelo… mi propia felicidad lejos de ti.