A cada paso que doy no me puedo quitar de la cabeza la noche anterior, estoy agotado, tan agotado que podría caer rendido en este transporte guajolotero que no deja de moverse de un lado a otro.
Y es que fue algo irrepetible, pero no sé que me pasó, no soy así, disto mucho de serlo o tal vez no me había dado cuenta de lo que traía dentro de mí.
Maldita fiesta, fue maravillosa, irónicamente desde que me fui de ella, estaba demasiado aburrido ahí, incluso temeroso, eran demasiadas feromonas, mujeres para acá, mujeres para allá, diciéndose la una a la otra lo que les venía en gana, cosas que jamás he entendido y que jamás entenderé.
Sentado en el de la sala, junto con el infortunado novio que no supo que la despedida era sólo para mujeres, mismo argumento de mi mejor amiga, Martha.
“Anda, vamos, ya te hace falta salir, desempolvar el chico divertido que tienes muy dentro de ti”. Me dijo.
“¡No tengo ganas!” respondí casi gritando, con el ceño fruncido.
“Entonces no es propuesta, paso por ti mañana a las 7 de la noche”.
Y así fue, con la salvedad de que llegó religiosamente impuntual, una de las cosas que más odio en este mundo.
Cuando tocó el claxon, salí con cara de molestia, con un regalo comprado a fuerza, con una franca hueva que se convertía en hastío y en buscar un pretexto para salir corriendo en cuanto tuviera oportunidad, pero los pretextos relativamente buenos, habían desaparecido hace tiempo.
Por mucho, Martha es mi mejor amiga, no tengo familia, no tengo novia, bueno vamos, ni a perro llego, así es que una llamada está descartada.
Nunca he sido enfermizo y para ella, eso sería el argumento más pendejo que podría existir, estaba atascado hasta las nalgas, obligado a ir y a no poder escapar hasta que ella quisiera irse.
El camino fue corto, llegamos en cuestión de diez minutos, los cuales se me hicieron menos por mi ya mencionado desánimo.
De pronto, al entrar y no ver nada más que cabellos largos, maquillaje y algunas faldas y pantalones ceñidos, tuve la impresión de que algo me decía que podría salir corriendo de ese lugar.
“Me parece que es una despedida para mujeres, así es que entrego el regalo y desaparezco” le dije casi saltando de alegría.
“¡Ni madres! Tú te quedas conmigo hasta que yo me vaya o por lo menos hasta que te ligues a alguien para ver si con un poco de cama se te quita lo amargado”. Me contestó más burlona de lo que yo había sido.
Su súbita declaración me había dejado helado, estuve a punto de mentársela, pero más tardé en pensarlo que ella en dejarme manoteando al aire.
Me presentó a la flamante novia, quien se encontraba divertidísima y aparentemente muy gustosa de lo que pasaba en su fiesta.
“¡Pobre idiota!” pensé “no sabe lo que es el matrimonio, dos meses de coger todos los días y después empieza el sueño, los dolores de cabeza, el trabajo y la poca imaginación en la cama, o sea, el aburrimiento”.
Cuando me saludó, respondí con mi cara más idiota, la sonrisa del desconocido al que le da “mucho gusto” conocer a alguien que muy probablemente no vuelva a ver en toda su vida.
La fiesta fue de mujeres, charlas de sexo con sus respectivos maridos o novios, muy afín con el tipo de celebración, pero sorprendentemente, la mayoría de las mujeres no se quejaba de sus respectivos, al contrario, todos eran unos sementales, lo cual me pareció muy falso, creo que ni ellas mismas se lo creían, sólo las solteras desviaban las charlas en busca de algo que les fuera más útil, tips para ligar, para no quedarse a vestir santos.
¿Por qué será que a una mujer soltera en una despedida de soltero o una boda se siente quedada?
“Me voy” le dije a Martha.
“Mejor te presento a unas amigas y te ligas a alguna, es buen momento”.
“Ya sabes que no me interesa tener a nadie, estoy bien así”.
“¿Así de amargado?”
“No es amargura” grité y me reprimí de inmediato ante las miradas que comenzaban a voltear hacia mí. “No es amargura” repetí en voz más baja “es… gusto por la soledad”.
A regañadientes, me presentó a tres mujeres de buen ver, bien para la hora, pero no para nada más.
Al calor de la fiesta y de las copas, la algarabía comenzó a hacerse presente, las risas ya eran escandalosas y ahora amenazaba el clímax de la noche, el streeper, estaba por llegar.
La jeta del novio y la mía no pudieron ser más solidarias y como por instinto nos volteamos a ver, sin poder evitar cambiar la cara de asco por una franca carcajada.
Ana, Lucía y Jazmín, extrañamente tenían cara de no tener ganas de ver a un musculoso encuerarse provocativamente, agarrando las manos de las chicas y pasándolas por su aceitoso cuerpo.
Mi curiosidad fue más grande que mi asombro, así que sin pensarlo mucho les dije:
“Parece que no les emociona mucho esto del encueratríz”.
“No”, contestaban las 3 al mismo tiempo, así es que yo les propuse irnos a otro lado, sin pensar ni remotamente en lo que me esperaba.
“Mi departamento queda cerca” comentó Lucía “¿vamos?”.
Los tres asentimos, no era lo que yo tenía en mente, esperaba poder ir a un lugar con más gente en el cual pudiera desaparecer sin levantar sospechas, pero un departamento con 4 personas, creo que sería muy complicado escapar.
Llegamos al lugar, bastante agradable, pero mi incomodidad no había desaparecido.
Mientras nos instalábamos Lucía trajo una botella de Cabrito, dos Squirts, limón, sal y hielo. Los depositó en la mesa y comenzó a servir en vasos de plástico, no había terminado de servir ni el tequila cuando Ana dijo:
“¡A la chingada el Squirt, vamos a ponernos pedas!”.
“¡Ay sí!” grité de forma amanerada, haciéndoles notar que no éramos sólo mujeres.
“Bueno, pedas y pedo” completó Jazmín con una carcajada que se me hizo bastante contagiosa.
“No va a ser muy complicado, ya venimos a medios chiles” contesté sin dejar de reír, me empezaba a sentir cómodo.
Entre las copas la plática comenzó a escasear y sin decir agua va, tenía a Ana sentada a horcajadas besándome con una pasión que parecía que si tuviera una boca más grande me iba a comer.
No podía pensar mucho, sólo me dejé querer, pues la calentura ya se había apoderado de mí, porque a la par de los besos estaba moviendo su cadera de una forma tan rica que no me pude resistir.
Mientras comenzaba a hacerme a la idea de lo que pasaba Lucía jaló por la blusa a Ana y le dijo:
“No seas envidiosa” y la besó, yo, ya de por sí excitado no pude más que hacer lo que el momento me pedía, comenzar a fajarme a la que tenía cerca, manosearla de una manera tan sucia que cuando quise sacar mi mano, ya estaba empapada.
Sin tardar mucho, Jazmín se unió a la orgía, aprovechando la distracción de las que se besaban se quitó la blusa y el brasier, poniedo sus encantos al aire sólo por un momento, pero inmediatamente los cubrió con mi cara, la cual acercó con un movimiento que casi me desnuca.
Aquello era un auténtico malabar, con una mano en el pantalón de Ana, la lengua en los senos de Jazmín y la otra mano buscando mi cierre para sacar a mi casi asfixiado amigo para poder jalármela mientras alguien se hacía cargo de él.
Más tardé en sacarlo que en tenerlo dentro de Jazmín quién había logrado quitar a Ana de encima de mí y comenzarla a tocar mientras yo tenía las piernas de Lucía a la altura de mi cuello.
Los gritos eran ensordecedores, el placer era majestuoso, movimientos tan rápidos que parecían imposibles para los humanos cambios de actividades, posiciones pero jamás de velocidad, metiendo y sacando como animales, urgidos de orgasmos, ni siquiera de compañía o de sexo ocasional, buscábamos coger hasta que nos secáramos y lo hicimos toda la noche y la mañana del día siguiente, no nos interesaba nada más que mojarnos los unos a los otros, sin intervalos de esos de “dame 10 minutos, ahorita seguimos”.
Sin el cortejo del cine, la cena, la familia, el viaje, los regalos, todo para llegar al mismo punto, venirse todas las veces posibles, de todas las formas imaginables.
Lo que no había hecho en mi vida, lo hice en ese medio día que terminó porque se fueron quedando dormidas.
En cuanto cayó la más golosa, la que empezara el juego, me vestí más rápido de lo que me desvistieron y salí corriendo, pero por supuesto, dejando mi número de teléfono en la mesa.
sábado, 25 de septiembre de 2010
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