Una noche más en silencio, aquel que me recuerda el hambre infinita de mi soledad, la que alimento religiosamente con tus memorias, las que tantas veces repito en mi consciente y todavía más en mis sueños.
Cuando mi vida era diferente, no pensé que amaría tanto a la soledad, cuando tus pasos seguían a los míos, los vacíos se ahuyentaban como la lluvia de los días soleados que tantas veces admiramos echados en el pasto, sin otra preocupación que amarnos.
Después de tantos años, sigo pidiéndole a Dios que te inflija el mayor dolor posible, como el que tú me hiciste sufrir y a cada vez que lo deseo, mi dolor crece más y me arrepiento de haberlo pedido.
Entre todas las cosas que podría querer, lo último sería tu infelicidad, lo curioso es que ya no me dueles, que ya no me quema tu ausencia, que la falta de tus besos es como el campo en primavera con una rosa menos, ya no eres nada.
Pero sé que tú me recuerdas más que yo a ti, ya no espero tu regreso, ni siquiera lo deseo, pero como pesa tu ausencia y mi aferramiento al recuerdo ya muy vago de tu cara, sólo recuerdo que eres de piel clara, tu lunar y tus labios, pero tu rostro ha perdido la forma, no existe el conjunto que en mis ojos se reflejaba con ternura.
Tu voz es un fantasma que vaga en el viento que me habla con todas las cosas que se mueven a mi alrededor, la silla en la que te sentaste, la cama en la que dormiste tan plácidamente, las almohadas que ya no guardan el Perrie Ellis que tanto disfrutaba antes de dormir, la televisión la veo solo, mi radio está triste pues la escuchan sólo dos oídos.
Pero sé que estás peor que yo, arrepentida, sola, abandonada, pues mis besos te quemaban con el calor necesario para darte la fuerza de la supervivencia, mis brazos te brindaban el apoyo que buscabas cuando desfallecías, mis piernas se convertían en las tuyas cuando te rendías en el camino, mi espalda se convertía en el respaldo de tu silla de ruedas…
Así te la pasaste cuando viviste conmigo, cuando aprendiste a caminar quisiste dejarme atrás, tus piernas, aunque torpes, comenzaban a darse cuenta de su funcionalidad, tus brazos débiles aprendieron a cargar, creíste que podías vivir sin mí. Pero estoy seguro que hoy en tu vida hay más soledad que en la mía, que tu camino ha sido recorrido a rastras, que incluso te has quedado varada bajo el rayo del sol desértico y en los diluvios y esperas que aparezca de la nada, como tantas veces, como aquellas incontables ocasiones en que mientras mordías mi cuello, mi espalda y mis fuerzas, yo seguía llevándote en mi espalda sin sentir el peso de tu cuerpo, siempre feliz de tenerte cerca.
Hoy entiendo que lo que hacía era malcriarte y me alegro de haber salido de tu vida, hoy sobre mi espalda no hay nada, hoy camino a la velocidad que quiero, sin preocuparme por desviar mi camino, sin preocuparme por las veces que caigas, con tu partida dejé de ver lo que hacías para ver lo que yo podía hacer, dejé de andar dos veces el mismo camino por encontrar el tuyo y me dediqué a andar sin preocuparme por lo que dejaba atrás.
La voz del fantasma ya no canta en mi interior, ahora es la mía la que interpreta lo que le viene en gana, lo que le da el punto y aparte, la que me sacó del letargo de una felicidad simulada que duraba a tu capricho, al ritmo de tus palmas que a veces aplaudían y a veces golpeaban, tantas veces reí, tantas veces lloré y lo sigo haciendo, pero ahora es por el simple hecho de que lo quiero hacer.
Si rió no es porque tu estés sonriendo, es porque la vida me está sonriendo, si lloro no es porque la vida me trate mal, es porque no pude seguir en la carcajada y terminé en llanto, ya no son risas vacías, ni sueños de cristal, hoy todo es firme, construido con mis manos porque lo quiero, no porque tu lo sueñes o lo quieras y después me hagas derrumbarlo todo para hacer algo nuevo.
Ayer una metrópoli fue destruida, el holocausto le llegó a nuestro amor, hoy… hoy se erige una nueva, sólida y construida con el más grande anhelo… mi propia felicidad lejos de ti.
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