Yo no te ofrezco el sol, pero tengo mis brazos para darte la tibieza que en los momentos de frío, mientras las hojas de los árboles silbantes por la brisa contemplen caer tus lágrimas.
No puedo darte la luna, pero puedo darte la quietud y silencio de la noche en la que puedas pensar, confiar y sentir sin que nada alrededor importe.
No puedo darte el cielo, pero crear un paraíso con mis propias manos, con las palabras que te acaricien como las nubes a los ángeles que saltan llenos de regocijo.
Puedo también, brindarte los placeres de la tentación en los cuales puedas perderte sin necesidad de vivir en el infierno, puedo darte la pasión al borde de la lujuria, mas no soy un demonio, mucho menos algún tipo de Dios.
No te prometo amor eterno, pero prometo amarte todos los días de mi vida con la una intensidad creciente, llena de vigor cada día más furiosa, cada día más imponente y abrumadora, cada vez más y más obsesiva… al punto que no pueda más que, al pronunciar tu nombre, sentir que cada partícula de mi ser se tatúa tu imagen, que con cada pensamiento te deseo más, que con cada respiro el oxígeno me sepa a tu aroma, que con cada beso te entrego mi alma poco a poco.
Te prometo ser hombre, ser niño, amigo, amante, confidente, amo y esclavo, seré lo que me pidas, pero déjame serlo. Déjame ser aquel que en tu nombre encuentre el camino al país de los sueños, que entre tus cabellos viva enredado, que entre tus brazos haga su prisión, esa en la que no me permitan salir jamás, amarras tan fuertes que nos vuelvan uno, que la magia de tu sonrisa me deslumbre cuando entre sombras me encuentre, que tu piel sea mi santuario y que tú seas la diosa a la que le pueda pedir lo único que anhelo… el amor.
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