"Acércate a ella" me dijo una voz que había ignorado hace mucho tiempo y que hace más me había llevado al más profundo abismo, por algo comencé a desconfiar de ella, pero esta vez parecía que podía tener razón.
De pronto me encontré llamando al mesero y diciéndole que le tomara la orden y le dijera que correría por mi cuenta y quería saber si le gustaría tenerme como compañía en su mesa aunque fuera por unos instantes.
El mesero llegó, se presentó y después de un par de palabras con la misteriosa aparición, ella se levantó de la mesa y se acercó a la mía...
"¿Puedo sentarme?".
"Por supuesto". Estaba tan sorprendido por la actitud de la enigmática que me tropecé al intentar levantarme para ayudarla a sentarse. Ella rió y dijo:
"No te preocupes, no se necesita jalar la silla para que me siente y yo piense que eres un caballero, basta con que mi intuición me dijo que me acercara".
Después de controlar el hormigueo de mi cara y lograr que el sonrojo disminuyera, me presenté...
La noche transcurrió entre hormigueos y vacíos, una tensión dulce que te da la sensación de estarte lanzando al vacío en espera de algo que ablande la caída y que haga que ese viaje logre un final intensamente emocionante.
"Musa de la cafetería", derrepente te dije, "ojalá que los dioses te pongan una vez más en mi camino, pues eres un trozo de inspiración y cual sigilosa ladrona has entrado en mis ojos para robarlos y es que después de ti, aunque vea caras, difícilmente serán tan cautivadoras como la tuya que no puedo describir porque me resulta desconcertante, si te quisiera dibujar tendría que pedirle al lienzo que te tocara para que sintiera esa necesidad que siento de ti, a mi pluma le pediría que te recorriera para que supiera lo que es encontrar en tu piel una carretera a un territorio místico, en el cual los ríos anidan a peces místicos de intensos colores, aves que trinan tu nombre".
No hubo palabras, sólo tus labios en los míos.
Después de eso, tu número en una servilleta, la cuenta y la partida hacia esa tierra que en la intimidad se me antojó más hermosa.
Hace diez años de eso, tu presencia sigue conmigo, mi brazo se sigue sintiendo adormecido junto con mi temor y mi soledad. Musa de la cafetería qué feliz me has hecho.