Encuéntrame a la salida. Eso decía el papel que me escribiste hace 28 años, éramos un par de locos que querían comerse al mundo desde su trinchera, un hombre y una mujer que se tienen el uno al otro y nada más.
¿Qué pasó, Mariana? Pregunté al salir al pasillo y encontrarte recargada en la pared con tu mochila rosa colgando a la altura de tu cadera. Vamos por un café, tengo frío y quiero platicar contigo. Me respondiste y me tomaste por la mano mientras salíamos a toda velocidad por el estacionamiento de la universidad.
Antes de salir, te paraste en seco, no había nadie en la entrada, te diste la vuelta y me dijiste: Lo que estoy a punto de hacer va a cambiar nuestra relación, espero no te moleste. Y sin más me diste el beso más tierno del mundo, tus labios gruesos entre abiertos comenzaban a danzar lentamente sobre los míos mientras echabas a mis hombros tus brazos, yo estaba en un principio sorprendido, pero me dejé llevar, cerré los ojos y la tensión de mi cuerpo fue desapareciendo y te abracé por la cintura.
¿A qué se debe esto? Te pregunte cuando terminamos el beso y continuamos caminando por la avenida en dirección al café más cercano de la escuela. ¡Que menso eres! A que me gustas, ¿a qué más? Yo estaba desconcertado por todos lados.
Pero siempre has sido… no se… cortante conmigo, difícilmente me hablas, bueno vamos, ¡ni me saludas!
¿Qué no sabes lo que es estar cohibido por una mirada, una voz profunda que sólo tiene que pronunciar tu nombre para que se estremezca hasta la fibra más ínfima de tu ser, o que tengas ganas de besar a alguien y prefieras salir corriendo para evitar un ridículo tremendo? ¿Qué nunca te has enamorado?
Si lo pones así, creo que no. Ahora, por mi cabeza pasaban un sinfín de palabras, un remolino de sentimientos, letras que se acomodaban en mi cabeza, enunciados tratando de decirte que si me acercaba a ti, también era atracción, era un deseo de llevarte conmigo al fin del mundo al sueño de mi universo perfecto en el que existimos tu y yo, sólo nosotros, amándonos, viviendo en la quimera perfecta, una alegoría a los sueños de gloria, de amor, a los deseos de encontrar un edén en la tierra en el que tu serías la diosa y yo el fiel creyente de tus palabras. Cuando eso pasó, corregí lo que dije con un beso más intenso que el tuyo. Ahora eras tú la sorprendida, no sabías que decir y simplemente nos volvimos a besar.
Entre risas, miradas largas y canciones de Emannuel, transcurrió la noche, ese día no nos importó llegar tarde, las tareas o que mañana tuviéramos que entrar a las 7 de la mañana porque simplemente ya estábamos perdidos de amor.
Quiero encontrar lo que dejamos atrás, no sé en que punto nos perdimos. Me dices hoy, llorando entre mis brazos. Se que te amo, todavía lo siento, sé que el tiempo no ha amainado la fuerza de nuestros corazones. Hemos cometido muchos errores, hemos caminado lejos del otro y nos hemos perdido en el universo del sueño individual, pero nunca, jamás te he dejado de amar.
Esto no era necesario, pero encontramos un punto de retorno, no podemos hacer lo mismo, ni borrar lo sucedido, pero podemos saber que lo que vivimos es amor… eso es lo que importa, porque finalmente el amor eterno no se hace en un día, no puedes prometerlo, no puedes asegurarlo, debes construirlo con paciencia, sacrificio, entrega, con las veces en las que nos levantamos de mal humor o los días malos de trabajo, las enfermedades, las estupideces. El amor verdadero no es el de los cuentos, no es el de los deseos, no es el que se sueña y finalmente termina cuando morimos, pero la eternidad radica en los días que hemos vivido hasta hoy, nuestro amor ya es eterno, por lo menos hasta hoy, seguramente mañana. Yo no te pido amor eterno, no te pido la luna, no te pido que me jures que no vas a amar a nadie más. Sólo te pido que me ames hoy y te lo pediré todos los días… hasta que deje de respirar.
miércoles, 4 de enero de 2012
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